En su modalidad sintomática, se presenta cuando la persona siente que su vida se encuentra limitada de hacer las cosas cotidianas de todos los días. Ese límite es impuesto por un objeto, el mismo puede ser un animal (zoofobia), un insecto (etnofobia), una situación o fobia social. El individuo siente pánico o se paraliza ante su sola presencia.
Supongamos que alguien sufre de claustrofobia (temor excesivo y desmesurado al encierro), esta situación se ve agravada en un estado de pandemia. O sea, si la regla es quedarse en casa, los síntomas claustrofóbicos aumentan produciendo un padecimiento inusitado, ya que no hay manera de evitar la situación fobigena. Como precipitado de este cóctel explosivo, el terror sorprende en cada ambiente de la casa, la ansiedad y la angustia se presentifican y no hay forma de escapar del encierro. Este acontecimiento se agrava a consecuencia de que el exterior representa un miedo desmedido debido a la presencia del virus mortal, por lo tanto el individuo queda atrapado sin salida, sumido en el pánico.
En la fobia, el objeto o situación fobigena es singular para el que la padece. El sujeto que sufre se ve amenazado y la inhibición se instala. Por lo tanto la evitación y la distancia es su único recurso para contrarrestar su malestar.
Desde el psicoanálisis se considera a la fobia como una respuesta del aparato psíquico ante situaciones producidas en la primera infancia, que luego son reprimidas y en un tiempo posterior se actualizan produciendo la enfermedad misma. La etiología de la patología es producida por tropiezos en la constitución subjetiva, éstos son multicausales, solo nombraremos una situación que nos ayudará a pesquisarla.
Supongamos a dos personas adultas responsables de la filiación de su hij@.
Una de ellas es la que se encarga de la función de maternar, esta tarea le demanda gran parte del día. Cabe decir que es muy dedicad@, detallist@, amoros@, no deja nada librado al azar ya que uno de sus mayores sueños de toda su vida fue cumplir ese rol. Tanto es el cuidado que le proporciona que no l@ deja ni un minuto sol@, no le saca la mirada de encima. Así el infans pasa todo el día siendo cuidado en una diada sin respiro, sin separación ya que su otro progenitor delega toda la crianza en su pareja y casi no participa debido a que cumple una función proveedora que lo lleva a estar todo el día fuera del hogar. Este agobio le produce al niñ@ el afecto de la angustia y llora sin saber donde viene su malestar. Pronto el infans encuentra una solución, va a ligar el afecto insoportable de la angustia hacia un objeto fobigeno, éste objeto pasa a ser el perro del vecino. Esta ligazón del afecto le permite ubicar un afuera de la persona que lo cuida, implica una terceridad que viene a descompletar un absoluto. La fobia al perro le produce terror ante su sola presencia en lo real de la escena, a consecuencia de esto la evitación es su único recurso defensivo, así el tapial del vecino pasa a ser un parapeto que hace de barricada y separa una casa de la otra.
Es por lo tanto que la fobia es una respuesta, es un llamado a la ley, una invocación al orden para no quedar atrapado sol@ ante el encierro de su cuidador.
El síntoma fóbico resuelve lo insoportable de sentir angustia, estabiliza ese afecto desmedido pagando un alto precio por eso, ya que el objeto se convierte en una amenaza permanente.
La sanidad mental en las personas, se debiera originar desde la temprana infancia. De aquellas vivencias quedan cicatrices, y una de ellas puede ser la fobia; si tenemos que nombrar una premisa básica en la filiación de un infans, las mismas serían el amor y la terceridad de la ley. La internalización de la ley y de las normas de convivencia de la cultura, tienen como función el corte, la hiancia para que se constituya el deseo. Esa terceridad es una función y la puede cumplir un padre, una madre, una actividad lúdica, un trabajo, que permita la separación del niñ@ de quien cumple la función de cuidado y filiación.
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