Tiene la sonrisa grande como un circo, el perfil de una fiesta de cumpleaños y la carcajada espontánea de la inocencia.
La alegría es más alegre cuando es con amigos, cuando disfrutamos junt@s, cuando llegas cansad@ del trabajo y te reciben con una fiesta llena de abrazos.
La alegría es contagiosa de esa risa fácil, de esa mueca boba que tanto me divierte, de esas lágrimas que inundan tus ojos.
La alegría tiene el color de una reunión familiar, se cocina en la olla de la abuela, y se arregla en el taller del abuelo.
Es un verano en la orilla del mar haciendo milanesas con la arena, es el recuerdo de aquella tarde que con una mirada me dijiste que sí, es el bullicio que resuena en el patio del jardín de infantes.
La alegría no es chiste, es cosa seria porque no a todos nos sorprende, hay gente que le brota en los labios, hay otr@s que cuando les nace, el cuerpo los hace bailar sol@s,
pero la mayoría se olvida de ella y con el paso del tiempo se vuelve sólo un recuerdo.
La alegría es una emoción simple del que tod@s tenemos derecho a vivir, se parece mucho a la felicidad y no hace falta hablar el mismo idioma para compartirla.
Desde la psicología podemos decir que es un estado de ánimo favorable que se siente ante un evento positivo y se manifiesta en el cuerpo. Júbilo, satisfacción, placer, gozo, son sinónimos que dan cuenta de ella.
Cuando la persona la experimenta hay un aumento de la potencia, del entusiasmo, hay una fuerza interior que se refleja en un buen semblante, en los ojos, en el rostro, todo un brillo agalmático se deja ver.
La alegría de vivir es el deseo mismo que posibilita recorrer con buen ánimo las desavenencias de todos los días. Es una energía que libera la tensión del cuerpo y lo hace más liviano.
Podemos considerar que en la otra orilla encontramos al sufrimiento. Opaco, triste, oloroso. El mismo representa una caída en la potencia, las fuerzas se desvanecen y las motivaciones se vuelven escasas.
A la persona alegre se la reconoce por el color de su alma, brillante, pastel, vivo, toda una paleta de colores ilumina su ser.
Por otro lado, el alma del que sufre se tiñe de un color gris como la tempestad, lo oscuro lo eclipsa, ya no se sabe si es de día o de noche, todo da igual, y entonces la apatía es una constante en su vida.
A la alegría la podemos linkear con la inocencia propia de la niñez, allí el mundo siempre se está por descubrir y el deseo de saber, de conocer, son el motor que empuja hacia una nueva aventura. Su contracara es el paso por la vida, los tropiezos de la misma nos sumergen en un penar de más, en una carga que soporta aquellas heridas que no paran de sangrar. Es una monotonía agria donde la alegría brilla por su ausencia y la culpa va oradando un camino que no nos deja avanzar.
La alegría se manifiesta en la sonrisa, un feto a partir de la semana 11 de gestación empieza a sonreír. El bebé nace con un acto reflejo, el mismo le sirve para su supervivencia. Luego empieza a ser un acto emocional a partir del tercer mes de vida, cuando recibe un estímulo externo devuelve esa risa a sus cuidadores, quienes son los que proveen sus necesidades básicas. En la temprana infancia los niñ@s sonríen entre 300 a 400 veces por día, esto es debido al asombro que le producen todos los objetos o situaciones, para ellos siempre son novedosas.
El infans además utiliza la sonrisa para conseguir algo ya que no cuentan con todo el entramado simbólico del lenguaje que cuenta el adulto. La diferencia respecto al adulto es que éste sonríe apenas unas 20 veces al día o ninguna, las preocupaciones, el estrés desgastan y atentan contra la alegría misma.
Cuando prima la alegría, el juego es una manifestación posible; por algo los niñ@s (cuando crecen en un buen ambiente) no hacen otra cosa que jugar. Es en la actividad lúdica en donde el tiempo siempre es poco, siempre hay lugar para un juego más.
Cuando en un hogar hay amor, la alegría se inventa con papel glasé, con temperas y lápices de colores. A contrapelo del dinero.
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